Ritos funerarios: La búsqueda de la vida eterna

Para comprender la complejidad de los ritos funerarios en el antiguo Egipto hay que tener en cuenta la propia complejidad de las estructuras religiosas concebidas desde los primeros siglos en que podemos hablar de la existencia de un poder establecido en torno a El Nilo.

No en vano, el punto central de la concepción religiosa del hombre egipcio se encontraba en la propia muerte y en la forma en que podría superarse. Todo el planteamiento místico egipcio se centra en la muerte. De esta manera, los ritos funerarios eran fundamentales, siempre encaminados a asegurar una vida en el más allá para el difunto. Los egipcios concebían la existencia de un cuerpo terrenal totalmente diferenciado del alma. Por lo tanto, todos los ritos religiosos que se llevaban a cabo durante los entierros de los difuntos se orientaban a conseguir que este alma tuviese una vida de ultratumba lo más parecida posible a la que la muerte había llevado el vida. Los egipcios creían en la existencia de un reino de ultratumba situado en Occidente lo más parecido posible al mundo que ellos conocía. Era el reino de Amenti, gobernado por el señor de la muerte Osiris. Se correspondía con la quinta región atravesada por la barca nocturna del dios Ra, en su viaje subterráneo a través del mundo inferior, el Amduat. En los primeros textos religiosos este mundo de los muertos se representa como una tierra de tinieblas donde abundan las aguas estancadas. Sin embargo, esta concepción cambió con el paso del tiempo, de manera que pasó a considerarse como el lugar donde los justos gozaban del descanso eterno, como un paraíso para los egipcios.

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En cuanto a la concepción del alma, los egipcios distinguían hasta tres principios espirituales unidos al cuerpo físico. El primero sería el “akh”, entendido como una fuerza ultraterrena que pertenecía al ámbito celeste. El segundo es el “ka” que lo entendían como un genio protector de la persona, como una fuerza espiritual mantenida por la alimentación física. El que más nos interesa, sin embargo, es el “ba”. En un principio, este “ba” era una capacidad que tenían los seres divinos para transformarse según las determinadas circunstancias. Respecto a los mortales, el “ba” seguía viviendo aun a pesar de que la persona que lo albergase hubiese fallecido. En muchas representaciones artísticas, el “ba” aparece como un espíritu que vuela alrededor de la tumba o que se ha posado en un árbol cercano.

El “ba” del difunto era el que debía viajar hasta Occidente para morar en el país de los muertos. Pero antes, debía ser sometido a juicio para valorar las acciones realizadas en vida por la persona. El espíritu era recibido por Anubis, quien le conducía hasta un tribunal divino presidido por Osiris. Ante él se situaba una gran balanza con dos platos. En uno de ellos se colocaba una pluma, y en el otro, el corazón del difunto. El “ba” debía enumerar los pecados que no había cometido. Si mentía, el corazón pesaba más que la pluma, y el espíritu era devorado por un terrible ser con cabeza de cocodrilo y cuerpo de hipopótamo. Si decía la verdad, el corazón sincero aligeraba su peso, por lo que la pluma pesaba más. De esta manera, el espíritu del fallecido pasaba a morar entre los elegidos de Osiris.

El camino del “ba” hasta el mundo de los muertos era muy complicado, por lo que el espíritu podía perderse. Por esta razón, era necesario preservar el cuerpo del difunto en el mejor estado posible, para que sirviese de punto de referencia al alma. Éste es el origen de la momificación, quizá el principal rito funerario de los egipcios. El cuerpo era debidamente tratado con numerosas sustancias que los asegurasen su conservación. Los órganos más fácilmente corruptibles eran extraídos y depositados en los vasos canopos que también se dejarían en la tumba.

También el muerto debería superar diferentes pruebas, así como el juicio ante Osiris. Para ello, se había escrito un libro de fórmulas con determinadas respuestas. Es el famoso “Libro de los muertos”. En él, se encuentran numerosos conjuros que el muerto debe pronunciar para intentar ganar el juicio divino. Durante la momificación del cuerpo, los embalsamadores podían incluir fragmentos de este libro entre los vendajes de la momia. También era frecuente que el libro se depositase en un cofre junto al sarcófago, o a los pies de la estatua del muerto.

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Entre los vendajes también se colocaban distintos amuletos en puntos preestablecidos del cuerpo. En el corazón se situaba un escarabeo de piedra dura con inscripciones dirigidas al propio corazón. En ellas se solicitaba que fuese lo suficiente ligero para que el juicio pesase menos que la pluma. Otros amuletos que se utilizaban era el “djed”, un pilar reproducido en oro; el “wedjat”, el ojo de Horus que había sido arrancado durante la contienda de este dios con Seth. Finalmente, el cuerpo con todos estos amuletos era envuelto en telas más bastas. Respecto al uso de estos objetos y los distintos conjuros rituales que debían acompañar a su uso, el “Libro de los muertos” reserva su último capítulo.

Una de las ceremonias más importantes que se llevaba a cabo con el cuerpo del fallecido era la apertura de la boca. El sacerdote debía golpear la cabeza del difunto. Por un lado con un hacha, y por el otro con un cincel. De esta manera, abría la boca y los ojos del muerto, devolviéndole la capacidad para hablar, ver y alimentarse.

Antes de enterrar el cuerpo, la momia era devuelta a los familiares. Éstos celebraban un banquete en su honor con la presencia del sarcófago. Después, era introducido en la cámara mortuoria con multitud de objetos cotidianos que emplearía en su vida en el más allá. Cuando el enterrado pertenecía a una clase social alta, podía llegar a depositarse en su tumba pequeñas estatuas, los llamados “ushebti”, que representaban a sus sirvientes en el más allá, e incluso, a sus concubinas.

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