Alejandro Magno y Egipto: Cuando el rey se hizo Dios

Cuando Alejandro Magno sucedió a su padre Filipo en el trono del reino de Macedonia, se decidió embarcarse en una arriesgada aventura contra el enemigo secular los griegos, los persas.

Sin embargo, en su aventura por todo el Oriente Próximo hasta el valle del Indó, habría una tierra de especial importancia y valor sentimental para el rey macedonio, Egipto.

Alejandro-MagnoAlejandro Magno dio un enorme paso al cruzar el estrecho del Bósforo. Desde allí, dirigió a sus apenas 30.000 soldados por toda Anatolia consiguiendo victoria tras victoria sobre las tropas persas. Ya en la zona del Levante mediterráneo, siguió la línea de costa, tomando las antiguas ciudades fenicias y el antiguo reino de Israel, sometido por entonces también al dominio de los persas. Una vez allí, decidió conquistar las tierras egipcias.

Los griegos conocían desde siglos antes el país egipcio, sus costumbres y tradiciones, su historia y su geografía. Es más, la ciudad de Naucratis se convirtió en una colonia comercial donde se asentaron principalmente gentes llegadas desde la península griega. También, algunos estudiosos griegos recorrieron el país de los faraones informando sobre los más diversos aspectos de la vida en el antiguo reino egipcio. Quizá, el ejemplo más famoso es el de Herodoto, quien afirmaba que Egipto era un don del Nilo, y que dio a conocer el país de tal forma que hoy se ha convertido en una fuente historiográfica fundamental.

Egipto, desde el año 525 a. de C. se encontraba sometido al rey de reyes persa. En los momentos en que Alejandro Magno se hace con el poder de Macedonia, Egipto no era más que una provincia del Imperio persa, una satrapía, sometida a la autoridad impuesta desde Persépolis. Sin embargo, los egipcios pesumbrosos por su antiguo esplendor perdido, nunca fueron especialmente condescendientes con los persas. Éstos eran visto como un pueblo invasor que había sometido su grandeza, eliminando la independencia de uno de los países que había regido los destinos del Mediterráneo oriental durante siglos. Aun así, la presencia persa en el país del Nilo no fue especialmente agobiante. Tan sólo habría que enumerar la presencia de elementos militares, aunque en un número escaso, y administrativo que mantuviese la línea de Egipto dentro de las directrices persas.

No es por ello extraño que el general griego apenas encontrase resistencia. El pueblo egipcio recibió a Alejandro como un liberador y todas las ciudades se fueron sometiendo al paso de los hombres griegos. La escasa guarnición persa que se mantuvo en el país no puso en ningún momento resistencia a las falanges macedónicas y pronto toda la provincia persa de Egipto, en apenas un año, se encontró bajo el poder de un nuevo gobierno establecido por los griegos.

Sin embargo, Alejandro Magno, como ya habíamos comentado, sentía una especial atracción por el país del Nilo. No en vano, uno de sus principales propósitos fue ganarse la voluntad de los nativos rápidamente, pero también de sus dioses.

Alejandro debía conocer perfectamente el profundo sentido religioso que envolvía la vida cotidiana de los egipcios. Por eso, una de sus principales preocupaciones fue legitimar ante ellos su conquista del país y haber asumido el trono faraónico en sustitución de las autoridades persas. Nada más entrar en el país, se dirigió directamente a la antigua capital Menfis. Allí, en el templo de Ptah se declaró como nuevo faraón. Posteriormente, haciéndose eco de las tradiciones egipcias, viajó hasta el oasis de Siwa, donde se encontraba el templo de Amón – Ra. Después de visitarlo durante largo tiempo, Alejandro hizo creer que el dios se había puesto en contacto directo con él para hacerle saber que le consideraba su hijo. Los “propagandistas” oficiales del joven rey macedonio enseguida hicieron correr esta noticia entre las gentes egipcias, para así conseguir su favor y su adoración.

Alejandro Magno

Una de las grandes obras del estratega griego en el país fue la construcción de la ciudad de Alejandría en el delta del Nilo, a las orillas del Mediterráneo. En el año 331 a. de C., Alejandro decidió edificar una nueva ciudad en un importante enclave estratégico tanto militar como comercial. La importancia de Alejandría en la antigüedad fue tal que su faro, el edificio más alto del momento, se consideró una de las siete maravillas del mundo antiguo. Alejandría, ciudad nueva, fue trazada según las directrices urbanísticas imperantes en Grecia por el arquitecto Dinócrates de Rodas en torno a dos calles principales y una disposición de las secundarias en forma de tablero de ajedrez. El hecho de llegar a disponer de hasta dos puertos, que aún perviven en la actualidad, nos indica la importancia comercial que esta ciudad llegó a conseguir.

Alejandro estuvo muy poco tiempo en tierras egipcias ya que pronto continuó su campaña contra Persia dirigiéndose hacia Babilonia. Una de sus principales preocupaciones era la administración financiera del territorio, lo que encargó a Cleomenes de Naucratis. A partir de este momento, Egipto se encuentra dentro de la órbita helénica. A la muerte de Alejandro en el año 323 a. de C., los distintos territorios que configuraban el amplio imperio que había forjado fueron repartidos entre sus generales más cercanos. En concreto, los tolomeos fueron los encargados de regir los destinos del país del Nilo hasta la muerte en el 30 a. de C. de la última monarca egipcia, la famosa Cleopatra VII, y la anexión del país por parte del naciente Imperio romano.

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